Decir la verdad no siempre es aceptado (Parte II)
En un film reciente, "Otra terapia peligrosa", se dice que la verdad nadie la acepta, ser sincero es lo único que aceptamos. Diríamos que lo más cerca que estamos de la verdad es la sinceridad. En este artículo de M.Conthe, se dice que ni a fuerza de ser sinceros se pude triumfar. Forma parte de tres artículos a tener en cuenta para aquellos que trabajamos en el ámbito de las organizaciones.
El futuro de Cordelia
Tras anunciar la división de su reino entres sus tres hijas, el Lear de Shakespeare recibe los fingidos halagos de sus dos hijas mayores e insta a la tercera, Cordelia, a que los supere. Pero ésta, con un célebre “Nada, mi señor”, rehúsa pujar en esa subasta de adulaciones. “¡Cómo, cómo, Cordelia!”, le recrimina colérico el viejo monarca. “Enmienda un poco tus palabras si no quieres echar a perder tu futuro”. Pero Cordelia porfía y acaba desterrada por ingrata.
Dilemas de Cornelia
Los “dilemas de Cornelia” – término que tomo del paleontólogo americano Stephen Jay Gould- se dan con frecuencia en circunstancias tan dramáticas como las imaginadas por el dramaturgo inglés. Una de ellas es, sin duda, la que viven en el País Vasco todos aquellos políticos, periodistas, jueces o ciudadanos que, por no rendir pleitesía a la ideología nacionalista, viven en permanente angustia, tienen que desterrarse o acaban asesinados. Dilemas de Cornelia de mucho menor fuste son también los que asaltan a cuantos directores de periódico, presidentes de organismos independientes, altos funcionarios, o directores de servicios de estudios deben, en cumplimiento de sus deberes profesionales tomar decisiones o manifestar opiniones que contrarían al Gobierno. En el Bundesbank alemán, ese deber de resistencia profesional ante las injerencias excesivas del poder político tiene tan larga raigambre que se conoce como “efecto Beckett”, en recuerdo del canciller de Enrique II que, nombrado arzobispo de Canterbury en el siglo XII, se enfrentó al monarca inglés y terminó asesinado.
La experiencia muestra que la cólera y la chulería de muchos gobernantes contra quienes desafían sus previsiones, critican su eximia obra o ponen en tela de juicio su irreprochable conducta no queda a la zaga de la del rey Lear. De ahí que las democracias asentadas descubrieran hace tiempo que la independencia y la protección frente al poder político de ciertos entidades y personas, lejos de atentar contra los principios democráticos, son el escudo preciso para que el Parlamento y la opinión pública puedan fiscalizar al Gobierno y evitar que abuse de su posición dominante.
En el ámbito financiero, la reciente declaración de suspensión de pagos de la compañía americana Enron –la poderosa empresa tejana que, de productora de energía y gas natural, pasó a intermediaria clave de los nuevos mercados de electricidad que ella misma creó a través de Internet- ha revelado la larga lista de entidades a las que el deseo de congraciarse con un gran cliente puede ocasionar conflictos de intereses y dilemas de Cornelia. Entre ellas destaca la compañía auditora, Andersen, que no formuló salvedades a unas cuentas y balances que la propia Enron admitió luego que habían sobrevalorado sus beneficios y ocultado deudas. Como la empresa auditora había estado prestando también a Enron cuantiosos servicios de consultoría, parece confirmado el temor que señaló con más reiteración que éxito el anterior presidente de la Securities and Exchange Comission, Arthur Levitt: el deseo de facturar servicios de consultoría a un cliente “y no echar a perder su futuro” pueden hacer a su auditor demasiado comprensivo. Algo parecido puede decirse de cuantos bancos y analistas financieros cantaban las alabanzas de las acciones de una empresa de contabilidad tan oscura como Enron, cuyo gerente, alumno aventajado del rey Lear, llamó públicamente asshole (algo más que “gilipollas”) a un analista que le pedía ciertas aclaraciones sobre las cuentas de la compañía.
Short sellers
En los mercados bursátiles existe una modalidad de especulador que, cual tenaz Cordelia, vive de escrutar y explotar los posible engaños contables o muestras de excesivo optimismo que mantienen sobrevaloradas las acciones de una empresa: son los “bajistas” o shortsellers, esos especuladores que, tomándolas a préstamo, venden aquellas acciones que consideran sobrevaloradas, en la esperanza de comprarlas más barata cuando el mercado perciba que su elevado precio era un espejismo. Con algún famoso antecesor de dudosa reputación – se dice que Joseph Kennedy, el padre de los Kennedy, hizo su fortuna especulando a la baja durante la crisis del 29-, los shortsellers han sido descritos como “independientes, antisociales, intelectualmente snobs, amigos del secreto, un poco paranoicos y mordaces”. Hay quien añade que, en el terreno político, suelen ser Demócratas, frente al Republicanismo predominante en Wall Street. Suelen ser odiados y atacados con ferocidad –incluso mediante querellas ante los Tribunales- por los directivos de las empresas que toman por objetivo. Pero, en su papel de “Cordelias con ánimo de lucro”, cumplen una función útil: desvelar los engaños contables, imponer disciplina, y servir de contrapeso a los excesos a que llevan los conflictos de intereses, temor a represalias o exceso de credulidad de otros operadores. No en balde uno de los bajistas más conocidos en Estados Unidos, Jim Chanos, tras analizar a fondo las cuentas de Enron, venía públicamente especulando a la baja contra la compañía tejana y se ha beneficiado de su caída en picado. Si otros hubieran oído sus públicas advertencias...
Los teóricos del management ensalzan el papel constructivo que en las organizaciones juegan los “abogados del diablo” y cuantos espíritus críticos desafían los supuestos convencionales, señalan sus puntos débiles e introducen nuevas ideas. Tales “conflictos cognitivos” aumentan la fiabilidad de las decisiones, y deben distinguirse con nitidez de los “conflictos afectivos”, que son aquellos que enfrentan emocionalmente a dos personas. Por desgracia, como señalan David Garvin y Michael Roberto (Harvard Business Review, Septiembre 2001), “es difícil en la práctica separar los dos tipos de conflicto, pues la gente se toma las críticas de forma personal y se pone a la defensiva”.
Shakespeare intuyó esa triste realidad y en su “Rey Lear” remplazó el final feliz del drama en que se inspiró por uno trágico: aunque el anciano rey, loco y traicionado por sus dos hijas mayores, se arrepiente de sus errores, la pobre Cordelia termina ahorcada. Un dramaturgo irlandés, empero, reescribió en 1681 el final de la obra y lo transformó en feliz: fue esa la versión que se representó hasta principios del siglo XIX. Así pues, a cuantos nos atrae la leal independencia de Cordelia y su rechazo del servilismo, no debemos desesperar. Es cierto que lo de Thomas Becket, aunque canonizado, acabó fatal. Pero sobre la suerte de Cordelia hay versiones para todos los gustos. Y, sobre todo, aunque fuera Shakespeare quien acertara, siempre nos quedaría Jim Chanos.
mconthe@yahoo.com
martes
Esta es una serie de tres artículos de M. Cothe (Parte I )
De la manera que opinan los demás son nuestras opiniones. En esta serie de tres artículos presentamos la opinión de este hombre que frecuentemente escribe en Expansión y que recomendamos vivamente.
Viajes a Abilene
En un célebre artículo en 1974, Jerry Harvey transformó una anécdota familiar en famosa parábola sobre un de los males que aquejan a muchas organizaciones. Una calurosa tarde del mes de julio, Jerry, su mujer y sus suegros jugaban al dominó en el porche de su casa, en un pequeño pueblecito de Tejas. “Venga, cojamos el coche y vayamos a cenar a Abilene”, propuso de repente el suegro, refiriéndose a la gran ciudad tejana (pronúnciese “ábilin”) que distaba unos 80 kilómetros. Su hija le secundó “Magnífica idea. A mí me apetece. ¿Y a tí, Jerry?”. Jerry, a quien le horrorizaba meterse 80 kilómetros con el calor que hacía, dijo, sin embargo, presionado por su mujer: “Me parece bien, si es que a tu madre le apetece”. Y la suegra remató: “Por supuesto que sí, no he ido a Abilene hace muchísimo”. Salieros, pues, todos hacia Abilene…y la expedición terminó en estrepitoso fracaso: apenas encontraron sitios abiertos, cenaron mal y pasaron un calor espantoso. De vuelta a casa, mientras se reponían bajo el ventilador del porche, empezarons las recriminaciones y se descubrió lo inevitable: ninguno quería en realidad ir a Abilene; todos habían asentido –incluido el suegro, el promotor de la idea- por deseo de complacer a los demás.
Paradoja de Abilene
Más de un lector habrá vivido la “paradoja de Abilene” o alguna de sus variantes: en una típica entre parejas que desean agradarse pero tienen a veces preferencias distintas, cada uno esconderá su genuina preferencia y manifestará aquélla que espera satisfaga al otro. Ese abnegado espíritu de sacrificio, al ser recíproco, no conducirá a un acuerdo, y exigirá una o más rondas de consultas, que sólo fructificarán cuando uno de los miembros de la pareja acepte, con mala conciencia, que esa vez se haga su voluntad.
En las organizaciones los “viajes a Abilene” se dan cuando se aprueban por unanimidad proyectos o ideas que cada miembro sabe, a título individual, que son descabellados. Eso ocurre porque en público nadie se atreve a disentir del que creen sentir mayoritario y tampoco existen mecanismos que permitan conocer a un miembro la verdadera opinion de todos los demás. Así, cuando el consejo de administración o comité someta a votación el proyecto, quedará aprobado por unanimidad, lo que provocará la irritación individual de casi todos sus miembros y hará que, reunidos en camarillas, se den a criticar la decision adoptada. Frecuente motivo de muchos “viajes a Abilene” es la presencia de un jefe o líder autoritario que, poco amigo de las críticas, persigue a los disidentes y termina rodeado de una camarilla de aduladores.
En el ámbito económico, las “burbujas financieras” y las manías especulativas –esto es, la desenfrenada subida del precio de un activo, sin fundamento económico claro- tienen la estructura de una “viaje a Abilene”: aunque un inversionista piense que una acción o activo está sobrevaluado, la evolución de su cotización dependerá de lo que piensen los demás. Como señaló Keynes en el magistral Capítulo XII de su “Teoría General” –su lectura sigue siendo una delicia-, “la gestión profesional de las inversiones se parece a esos concursos de periódico en el que los concursantes tienen que adivinar las seis chicas más guapas de entre 100 fotografías, y el premio se otorga a quien elige las seis que corresponden a las preferencias del conjunto de concursantes”. Cuando la burbuja se pincha y el “viaje a Abilene” fracasa –como ha ocurrido en los últimos meses con las acciones de telecomunicaciones- muchos repiten con Jack Grubman, de Salomon Brothers, gran promotor meses atrás de tales valores: “Todo el mundo fue culpable: los mercados, los emisores, las compañías…No es justo señalar a nadie con el dedo”.
Aduladores y patriotismo
De los “viajes a Abilene” en política ya habló Maquiavelo en el capítulo XXIII de “El Príncipe”: ”No hay otro medio para preservarte del peligro de la adulación más que hacer comprender a los sujetos que te rodean que ellos no te ofenden cuando te dicen la verdad. Pero si cada uno puede decírtela, te perderán el respeto. Para evitar ese peligro, el príncipe prudente deberá seguir un curso intermedio y escoger a algunos sujetos sabios y otorgarles la libertad de decirle la verdad sobre aquéllo que les pregunte, pero no sobre ninguna otra cosa”.
En su célebre artículo Jerry Harvey calificó el escándalo del Watergate como un típico “viaje a Abilene”, en el que los asesores de Nixon, por lealtad al presidente y sentido de grupo, consintieron en sus excesos. También en España casi todos los escándalos políticos de los últimos años pueden verse como “viajes a Abilene”, en los que las voces disidentes dentro de cada partido fueron ahogadas por un equivocado sentido de la solidaridad entre correligionarios. El último de tales escándalos, “Gescartera”, visto desde la distancia, tiene inequívocos elementos de un “viaje a Abilene”, a juzgar por la aparente unanimidad de las decisiones que adoptó el Consejo de la Comisión Nacional del Mercado de Valores –auspiciada, sin duda, por los extensos apoyos institucionales del señor Camacho- y la actual búsqueda de chivos expiatorios, una vez descubierta la estafa.
Pero es acaso Estados Unidos quien, sacudido por el brutal ataque terrorista del 11 de septiembre, atemorizado ante nuevas catástrofes, enardecido por una comprensible ola de fervor patriótico, corre el riesgo más grave de embarcarse en un peligroso “viaje a Abilene”. Tal ocurriría si la Administración Bush, cegada por el concepto de “guerra”, pone el acento en puras represalias militares contra Afganistán u otros países árabes –más que en la desarticulación de las redes terroristas- y no calibra el odio que tales acciones sembrarían entre los musulmanes moderados de todo el mundo. El pasado viernes sólo el voto de la congresista californiana Barbara Lee se opuso a la Resolución Conjunta de Congreso y Senado que autoriza al Presidente Bush a emprender acciones militares “contra las naciones, organizaciones o personas” vinculadas a los atentados. En momentos de efervescencia patriótica y solidaridad entre aliados, las unanimidades y los “cheques en blanco” son peligrosos y pueden producir resultados contrarios a los apetecidos. Confiemos en que el presidente Bush, a pesar de ser tejano, no arrastre a su país y al mundo a un precipitado viaje a Abilene.
mconthe@yahoo.com
De la manera que opinan los demás son nuestras opiniones. En esta serie de tres artículos presentamos la opinión de este hombre que frecuentemente escribe en Expansión y que recomendamos vivamente.
Viajes a Abilene
En un célebre artículo en 1974, Jerry Harvey transformó una anécdota familiar en famosa parábola sobre un de los males que aquejan a muchas organizaciones. Una calurosa tarde del mes de julio, Jerry, su mujer y sus suegros jugaban al dominó en el porche de su casa, en un pequeño pueblecito de Tejas. “Venga, cojamos el coche y vayamos a cenar a Abilene”, propuso de repente el suegro, refiriéndose a la gran ciudad tejana (pronúnciese “ábilin”) que distaba unos 80 kilómetros. Su hija le secundó “Magnífica idea. A mí me apetece. ¿Y a tí, Jerry?”. Jerry, a quien le horrorizaba meterse 80 kilómetros con el calor que hacía, dijo, sin embargo, presionado por su mujer: “Me parece bien, si es que a tu madre le apetece”. Y la suegra remató: “Por supuesto que sí, no he ido a Abilene hace muchísimo”. Salieros, pues, todos hacia Abilene…y la expedición terminó en estrepitoso fracaso: apenas encontraron sitios abiertos, cenaron mal y pasaron un calor espantoso. De vuelta a casa, mientras se reponían bajo el ventilador del porche, empezarons las recriminaciones y se descubrió lo inevitable: ninguno quería en realidad ir a Abilene; todos habían asentido –incluido el suegro, el promotor de la idea- por deseo de complacer a los demás.
Paradoja de Abilene
Más de un lector habrá vivido la “paradoja de Abilene” o alguna de sus variantes: en una típica entre parejas que desean agradarse pero tienen a veces preferencias distintas, cada uno esconderá su genuina preferencia y manifestará aquélla que espera satisfaga al otro. Ese abnegado espíritu de sacrificio, al ser recíproco, no conducirá a un acuerdo, y exigirá una o más rondas de consultas, que sólo fructificarán cuando uno de los miembros de la pareja acepte, con mala conciencia, que esa vez se haga su voluntad.
En las organizaciones los “viajes a Abilene” se dan cuando se aprueban por unanimidad proyectos o ideas que cada miembro sabe, a título individual, que son descabellados. Eso ocurre porque en público nadie se atreve a disentir del que creen sentir mayoritario y tampoco existen mecanismos que permitan conocer a un miembro la verdadera opinion de todos los demás. Así, cuando el consejo de administración o comité someta a votación el proyecto, quedará aprobado por unanimidad, lo que provocará la irritación individual de casi todos sus miembros y hará que, reunidos en camarillas, se den a criticar la decision adoptada. Frecuente motivo de muchos “viajes a Abilene” es la presencia de un jefe o líder autoritario que, poco amigo de las críticas, persigue a los disidentes y termina rodeado de una camarilla de aduladores.
En el ámbito económico, las “burbujas financieras” y las manías especulativas –esto es, la desenfrenada subida del precio de un activo, sin fundamento económico claro- tienen la estructura de una “viaje a Abilene”: aunque un inversionista piense que una acción o activo está sobrevaluado, la evolución de su cotización dependerá de lo que piensen los demás. Como señaló Keynes en el magistral Capítulo XII de su “Teoría General” –su lectura sigue siendo una delicia-, “la gestión profesional de las inversiones se parece a esos concursos de periódico en el que los concursantes tienen que adivinar las seis chicas más guapas de entre 100 fotografías, y el premio se otorga a quien elige las seis que corresponden a las preferencias del conjunto de concursantes”. Cuando la burbuja se pincha y el “viaje a Abilene” fracasa –como ha ocurrido en los últimos meses con las acciones de telecomunicaciones- muchos repiten con Jack Grubman, de Salomon Brothers, gran promotor meses atrás de tales valores: “Todo el mundo fue culpable: los mercados, los emisores, las compañías…No es justo señalar a nadie con el dedo”.
Aduladores y patriotismo
De los “viajes a Abilene” en política ya habló Maquiavelo en el capítulo XXIII de “El Príncipe”: ”No hay otro medio para preservarte del peligro de la adulación más que hacer comprender a los sujetos que te rodean que ellos no te ofenden cuando te dicen la verdad. Pero si cada uno puede decírtela, te perderán el respeto. Para evitar ese peligro, el príncipe prudente deberá seguir un curso intermedio y escoger a algunos sujetos sabios y otorgarles la libertad de decirle la verdad sobre aquéllo que les pregunte, pero no sobre ninguna otra cosa”.
En su célebre artículo Jerry Harvey calificó el escándalo del Watergate como un típico “viaje a Abilene”, en el que los asesores de Nixon, por lealtad al presidente y sentido de grupo, consintieron en sus excesos. También en España casi todos los escándalos políticos de los últimos años pueden verse como “viajes a Abilene”, en los que las voces disidentes dentro de cada partido fueron ahogadas por un equivocado sentido de la solidaridad entre correligionarios. El último de tales escándalos, “Gescartera”, visto desde la distancia, tiene inequívocos elementos de un “viaje a Abilene”, a juzgar por la aparente unanimidad de las decisiones que adoptó el Consejo de la Comisión Nacional del Mercado de Valores –auspiciada, sin duda, por los extensos apoyos institucionales del señor Camacho- y la actual búsqueda de chivos expiatorios, una vez descubierta la estafa.
Pero es acaso Estados Unidos quien, sacudido por el brutal ataque terrorista del 11 de septiembre, atemorizado ante nuevas catástrofes, enardecido por una comprensible ola de fervor patriótico, corre el riesgo más grave de embarcarse en un peligroso “viaje a Abilene”. Tal ocurriría si la Administración Bush, cegada por el concepto de “guerra”, pone el acento en puras represalias militares contra Afganistán u otros países árabes –más que en la desarticulación de las redes terroristas- y no calibra el odio que tales acciones sembrarían entre los musulmanes moderados de todo el mundo. El pasado viernes sólo el voto de la congresista californiana Barbara Lee se opuso a la Resolución Conjunta de Congreso y Senado que autoriza al Presidente Bush a emprender acciones militares “contra las naciones, organizaciones o personas” vinculadas a los atentados. En momentos de efervescencia patriótica y solidaridad entre aliados, las unanimidades y los “cheques en blanco” son peligrosos y pueden producir resultados contrarios a los apetecidos. Confiemos en que el presidente Bush, a pesar de ser tejano, no arrastre a su país y al mundo a un precipitado viaje a Abilene.
mconthe@yahoo.com
Esta es una serie de tres artículos de M. Cothe
De la manera que opinan los demas son nuestras opiniones. En esta serie de tres artículos presentamos la opinión de este hombre que frecuentemente escribe en Expansión y que recomendamos vivamente.
Parte I - Viajes a Abilene
En un célebre artículo en 1974, Jerry Harvey transformó una anécdota familiar en famosa parábola sobre un de los males que aquejan a muchas organizaciones. Una calurosa tarde del mes de julio, Jerry, su mujer y sus suegros jugaban al dominó en el porche de su casa, en un pequeño pueblecito de Tejas. “Venga, cojamos el coche y vayamos a cenar a Abilene”, propuso de repente el suegro, refiriéndose a la gran ciudad tejana (pronúnciese “ábilin”) que distaba unos 80 kilómetros. Su hija le secundó “Magnífica idea. A mí me apetece. ¿Y a tí, Jerry?”. Jerry, a quien le horrorizaba meterse 80 kilómetros con el calor que hacía, dijo, sin embargo, presionado por su mujer: “Me parece bien, si es que a tu madre le apetece”. Y la suegra remató: “Por supuesto que sí, no he ido a Abilene hace muchísimo”. Salieros, pues, todos hacia Abilene…y la expedición terminó en estrepitoso fracaso: apenas encontraron sitios abiertos, cenaron mal y pasaron un calor espantoso. De vuelta a casa, mientras se reponían bajo el ventilador del porche, empezarons las recriminaciones y se descubrió lo inevitable: ninguno quería en realidad ir a Abilene; todos habían asentido –incluido el suegro, el promotor de la idea- por deseo de complacer a los demás.
Paradoja de Abilene
Más de un lector habrá vivido la “paradoja de Abilene” o alguna de sus variantes: en una típica entre parejas que desean agradarse pero tienen a veces preferencias distintas, cada uno esconderá su genuina preferencia y manifestará aquélla que espera satisfaga al otro. Ese abnegado espíritu de sacrificio, al ser recíproco, no conducirá a un acuerdo, y exigirá una o más rondas de consultas, que sólo fructificarán cuando uno de los miembros de la pareja acepte, con mala conciencia, que esa vez se haga su voluntad.
En las organizaciones los “viajes a Abilene” se dan cuando se aprueban por unanimidad proyectos o ideas que cada miembro sabe, a título individual, que son descabellados. Eso ocurre porque en público nadie se atreve a disentir del que creen sentir mayoritario y tampoco existen mecanismos que permitan conocer a un miembro la verdadera opinion de todos los demás. Así, cuando el consejo de administración o comité someta a votación el proyecto, quedará aprobado por unanimidad, lo que provocará la irritación individual de casi todos sus miembros y hará que, reunidos en camarillas, se den a criticar la decision adoptada. Frecuente motivo de muchos “viajes a Abilene” es la presencia de un jefe o líder autoritario que, poco amigo de las críticas, persigue a los disidentes y termina rodeado de una camarilla de aduladores.
En el ámbito económico, las “burbujas financieras” y las manías especulativas –esto es, la desenfrenada subida del precio de un activo, sin fundamento económico claro- tienen la estructura de una “viaje a Abilene”: aunque un inversionista piense que una acción o activo está sobrevaluado, la evolución de su cotización dependerá de lo que piensen los demás. Como señaló Keynes en el magistral Capítulo XII de su “Teoría General” –su lectura sigue siendo una delicia-, “la gestión profesional de las inversiones se parece a esos concursos de periódico en el que los concursantes tienen que adivinar las seis chicas más guapas de entre 100 fotografías, y el premio se otorga a quien elige las seis que corresponden a las preferencias del conjunto de concursantes”. Cuando la burbuja se pincha y el “viaje a Abilene” fracasa –como ha ocurrido en los últimos meses con las acciones de telecomunicaciones- muchos repiten con Jack Grubman, de Salomon Brothers, gran promotor meses atrás de tales valores: “Todo el mundo fue culpable: los mercados, los emisores, las compañías…No es justo señalar a nadie con el dedo”.
Aduladores y patriotismo
De los “viajes a Abilene” en política ya habló Maquiavelo en el capítulo XXIII de “El Príncipe”: ”No hay otro medio para preservarte del peligro de la adulación más que hacer comprender a los sujetos que te rodean que ellos no te ofenden cuando te dicen la verdad. Pero si cada uno puede decírtela, te perderán el respeto. Para evitar ese peligro, el príncipe prudente deberá seguir un curso intermedio y escoger a algunos sujetos sabios y otorgarles la libertad de decirle la verdad sobre aquéllo que les pregunte, pero no sobre ninguna otra cosa”.
En su célebre artículo Jerry Harvey calificó el escándalo del Watergate como un típico “viaje a Abilene”, en el que los asesores de Nixon, por lealtad al presidente y sentido de grupo, consintieron en sus excesos. También en España casi todos los escándalos políticos de los últimos años pueden verse como “viajes a Abilene”, en los que las voces disidentes dentro de cada partido fueron ahogadas por un equivocado sentido de la solidaridad entre correligionarios. El último de tales escándalos, “Gescartera”, visto desde la distancia, tiene inequívocos elementos de un “viaje a Abilene”, a juzgar por la aparente unanimidad de las decisiones que adoptó el Consejo de la Comisión Nacional del Mercado de Valores –auspiciada, sin duda, por los extensos apoyos institucionales del señor Camacho- y la actual búsqueda de chivos expiatorios, una vez descubierta la estafa.
Pero es acaso Estados Unidos quien, sacudido por el brutal ataque terrorista del 11 de septiembre, atemorizado ante nuevas catástrofes, enardecido por una comprensible ola de fervor patriótico, corre el riesgo más grave de embarcarse en un peligroso “viaje a Abilene”. Tal ocurriría si la Administración Bush, cegada por el concepto de “guerra”, pone el acento en puras represalias militares contra Afganistán u otros países árabes –más que en la desarticulación de las redes terroristas- y no calibra el odio que tales acciones sembrarían entre los musulmanes moderados de todo el mundo. El pasado viernes sólo el voto de la congresista californiana Barbara Lee se opuso a la Resolución Conjunta de Congreso y Senado que autoriza al Presidente Bush a emprender acciones militares “contra las naciones, organizaciones o personas” vinculadas a los atentados. En momentos de efervescencia patriótica y solidaridad entre aliados, las unanimidades y los “cheques en blanco” son peligrosos y pueden producir resultados contrarios a los apetecidos. Confiemos en que el presidente Bush, a pesar de ser tejano, no arrastre a su país y al mundo a un precipitado viaje a Abilene.
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